Deudas pendientes


Decía Winston Churchill que “la Democracia es el peor de los sistemas de gobierno, excepto todos los demás”. Y si bien para algunos aquello fue solo una humorada, bien podríamos haberlo hecho ciudadano argentino al hombre, porque en pocos lugares esto debe notarse tanto como en nuestro querido país. Desde la instauración de los sistemas de gobierno republicanos hasta el momento, el actual período democrático –que hoy cumple escasos veinticinco años- es el más largo de la historia de esta tierra. Y seguramente, el que más costó y el que más permitió aprender de las bondades del sistema, en comparación con cualquier otro.
Sin embargo, a la luz de los hechos, no creo convertirme en un “golpista” o en un “facho” si cuestiono las metas alcanzadas por este (el mejor, eso no lo dudo) sistema de gobierno.
En los albores del período, escuchábamos a Raúl Alfonsín recitando el Preámbulo de nuestra Constitución Nacional y asegurando que con la Democracia se comía, se curaba y se educaba. Quizás una verdadera expresión de deseos de un demócrata como lo fue el chascomusense, pero ¿resultó así la fórmula?
No es muy ameno hablar de estadísticas, pero cualquiera que consultemos, casi con seguridad va a mostrar índices no gratos, con tendencias que vienen cayendo en cuanto a calidad de vida se refieran. Sea de Educación, de Salud o de nutrición... Ni hablar de Seguridad (quizás el peor flagelo que nos acecha hoy por hoy, pues no hace distinciones de ningún tipo: le toca a cualquiera). O de drogadicción. O de corrupción. O de accidentes de tránsito. O de contaminación ambiental. O de energía. O de soberanía. O...
Es difícil ser cruel con la democracia, porque sigue siendo el mejor de los sistemas. Sin embargo, los argentinos parece que no sabemos bien cómo usarla, cómo valernos de ella para vivir mejor, para hacer Patria, para defender lo de uno. Para vivir en armonía, para salvarnos todos y no unos pocos, para crecer como personas y como país. Para seguir produciendo grandes científicos que después de formarse acá también se queden a trabajar. Para lograr “quedarnos” con todos nuestros talentos. Para volver a aquella mítica “Industria Argentina”, sin olvidarnos que somos campo. Para lograr un verdadero sentimiento nacionalista, a lo “brasileño”, si se quiere. Para formar una Patria Grande en serio con los vecinos, nuestros países más cercanos y parecidos. Para evitar que nos sigan saqueando de las múltiples formas en que lo hacen los imperialismos.
Siempre creí que gobernar es crear entornos. Tan simple y tan complicado como eso: crear entornos. Que permitan a la gente tener trabajo, estudiar y acceder a las necesidades y los amparos que corresponden. Que permitan a los sectores productivos generar riqueza y trabajo. Que permitan a la ciudadanía expresarse, agruparse y comprometerse. Que desarrollen la cultura y el deporte. Entornos que impliquen que el lugar gobernado es un sitio digno para vivir, crecer, progresar, proyectar, sin preocuparse por futuros inciertos, por posibles epidemias o contaminaciones, por temor a las balas, por miedo a la censura, la extorsión o la persecución (de todo tipo). Un lugar que permita ser vivido...
A veinticinco años de aquel 1983 en que todo el Pueblo celebraba la llegada de la Democracia, quedan deudas pendientes que en algún momento habrá que ir empezando a saldar. Decía Mitre: “Las heridas de libertad se curan con la libertad”. Hagámoslo de esa forma, pero empecemos de una buena vez... ¿Vos qué opinás...?

18263


Entrar en sociedad no es cosa fácil. Claro, hoy menos que menos. Con tanto matapulga, las últimas generaciones no tienen verdadero conocimiento de lo que son. ¿De qué pulgas me habla?, pensará más de un joven lector…
Por supuesto, no cabe ninguna duda de que, si las sociedades ya de por sí se han transformado en piezas de museo, hablar de una de ellas por términos prolongados (digamos, 18263 días) es algo ya imposible de alcanzar.
Pero, por suerte, el mundo no comenzó ayer. Ni anteayer. Y, antaño, los objetivos podían ser comunes; los sueños y los esfuerzos, también. Y los sentimientos, duraderos. Una química inquebrantable que ha logrado, por ejemplo, memorables duplas en el espectáculo (Laurel & Hardy, Abott & Costello, Ginger Rogers y Fred Astaire, Olmedo y Porcel) que quedaron en el recuerdo popular y que solo irán agonizando a medida que vayan desapareciendo quienes de ellos pudieron disfrutar.
No obstante, tampoco se trata de homenajear simplemente la prolongación en el tiempo, sino también la calidad de esas sociedades que lograron atravesar los tiempos y las épocas. Adaptándose a las nuevas formas, entendiendo las nuevas reglas, resignándose a los nuevos códigos, acostumbrándose a las nuevas educaciones, sorteando las nuevas tentaciones, olvidando algunos viejos aprendizajes, reaprendiendo algunos conceptos equivocados, tomando lo bueno de lo nuevo y desechando lo malo de lo viejo. Pero juntos. Siempre juntos.
Es raro conocer a alguna de esas sociedades, porque ya no quedan. Es muy raro, porque en nuestros tiempos parece que nadie pudiera formar una de ellas.
Yo conozco una. Que atravesó buenas (pocas), malas (pocas también) y regulares (la mayoría). Que se tropezó, se levantó, se cayó y se volvió a levantar. Pero siempre caminó. Que sembró mucho y hoy puede cosechar. Que plantó cuatro semillas y tres le germinaron. Y después cinco más. Que transformó a su amor en su descendencia y a su descendencia en su amor. Que cortó muchos almanaques, lavó muchos pañales, firmó muchos boletines, planchó muchos guardapolvos, se enojó muchas veces y se divirtió muchas más. Que trabajó muchas horas extras, visitó muchas veces al médico, gritó muchos goles y rezó muchos Padrenuestros. Que luchó muchas batallas y perdió algunas importantes. Pero que hoy, con hidalguía, puede pasear su trayectoria por los suelos más lejanos.
Hoy nos invade el orgullo. Y la esperanza. Hoy, los Figueroa estamos de fiesta. Y es merecida.
¡Felices Bodas de Oro, viejos! ¡Feliz viaje! ¡Que sean muy felices! Tanto como lo soñaron hace 18263 días…

A nadie le gusta...


Es lugar común defenestrar a la violencia. Desde cualquier sector de la sociedad, desde el Estado, desde los gremios o sindicatos, desde la Universidad, desde los movimientos sociales, las ONG, las escuelas, los vecindarios…. La violencia es repudiada permanentemente, sin distinción de razas, de credos, de estratos sociales o de niveles educativos. Todo el mundo coincide en señalarla como uno de los peores males de nuestros tiempos pero, salvo excepciones, nadie se hace cargo de su generación.
Es realmente sencillo, de todas formas, tomar parte por calificar como deleznable a cualquier hecho violento, sea de la forma que sea o provenga del lado que provenga. Sin demasiado ejercicio intelectual, aparece muy lógico oponerse a ella. Y hasta indigno e improcedente utilizarlo como medio de alcanzar el poder, método ejercido desde hace décadas por los grupos terroristas a nivel global.
Sin embargo, creo que el tema merece una reflexión personal un poco más detenida, más meditada, que explore el hecho desde sus verdaderos motivadores y no solo desde el acto violento puntual.
“Violencia es mentir”, reza el Indio Solari en una de sus más festejadas creaciones. Yo creo que no solo mentir: también lo es discriminar, lo es tener soberbia, lo es ser indiferente, lo es someter económicamente y por supuesto incumplir promesas (aunque eso ya es directamente mentir…)
Recuerdo cuando en los primeros años de la recuperada democracia argentina era muy común escuchar que “por lo menos ahora se pueden decir las cosas”. Algo que me provocaba una tremenda indignación, porque nada me parecía más hipócrita que escuchar a la gente protestar por tal o cual cosa y que no se la tenga en cuenta en absoluto. Pero, se podían “decir las cosas”. Indignante…
La lista de esas provocaciones que engendran violencia sigue teniendo lamentable vigencia, fundamentalmente mantenida desde las distintas administraciones –locales, provinciales o nacionales- que deciden en contra de la gente, que dejan desprotegidos a los ciudadanos (incluidos ancianos y niños), que no sancionan y aplican leyes con Justicia, que permiten concentraciones de riqueza y poder, que malvenden la Patria de diferentes formas –todas vergonzosas, por cierto-, que explotan inmoralmente el medio ambiente condenando el futuro de la Humanidad o actúan a contramano de los intereses comunitarios de otras múltiples maneras.
No significa esto, de ninguna manera, que se pueda justificar la violencia, pero sí –desde mi punto de vista- que lo que debe condenarse en su justa medida es la semilla que la germina. ¿Qué queda por hacer cuando ningún timbre da respuestas? ¿De qué manera se puede hacer Justicia si ninguna institución la aplica como corresponde? ¿Cómo sentirse protegido cuando “desde arriba” no se condena lo condenable?
Las pretendidas democracias que se desarrollan en nuestras latitudes deberán algún día erradicar la violencia verdaderamente. No solo como método de presión sino legislando y gobernando a favor de la ciudadanía, única forma de que la gente extermine de sus mentes cualquier forma de violencia que le permita reivindicaciones, protestas, formas de hacerse escuchar o de exigir Justicia. Aunque quizás solo sea una pretensiosa utopía. ¿Vos qué opinás...?

Cuando la única salida es no entrar


Hace tres años, concurrí a un seminario dictado por un disertante canadiense, gurú de los negocios. Aquel día aprendí algunas cosas interesantes, entre ellas a discernir situaciones en las cuales la única salida posible es la de no entrar. Aprendí que, en determinados casos, no es viable encontrar una solución positiva a determinados escenarios y, por ende, la única salida no perdidosa es la de no haber entrado en aquella situación...
Para ejemplificarlo, el seminarista propuso un ejercicio muy didáctico: pidió prestado un billete de 50 pesos con el fin de rematarlo al mejor postor. La única condición era que, quien haya sido el segundo oferente más importante, también debía pagar lo que ofreció. Es decir, el billete se lo llevaría quien mejor lo pagara, pero quien fue vencido por esa última oferta también debía pagar. El auditorio aceptó el juego con acuerdo de hacer proposiciones de a 5 pesos, para hacer más rápido el ejercicio. Alguien dijo “cinco”, alguien “”diez”, otro "quince", “veinte”, “veinticinco”, “treinta”, “treinta y cinco” y “cuarenta”. Acercándose al valor nominal del billete, empezó a notarse que quien perdía en el juego (el que quedaba como segundo oferente) debía pagar para no llevarse nada, razón por la cual, quien ofreció “treinta y cinco” subió a cuarenta y cinco su propuesta. Pero ahora quedaba mal parado quien había dicho “cuarenta”, por lo que ofreció cincuenta, dejando sin sentido ya el remate. Sin embargo, quien perdía 45 pesos subió la apuesta a 55, de manera de perder solo cinco. Idéntica actitud tomó la otra parte, entrando en una escalada que terminó cuando a la cifra de 100 pesos (sí, 100 pesos), el canadiense dio por terminado el juego y advirtió a los participantes: “Ustedes nunca debieron entrar en mi propuesta…”
De más está decir que se explicó posteriormente la aplicación de este ejercicio en el ámbito de los negocios y de las decisiones de los ejecutivos.
Aquella enseñanza pude emplearla en muchas oportunidades, tanto personales como ajenas. Por ejemplo (en los últimos tiempos), pude advertir una situación semejante en la invasión de Bush a Irak, que dejó al mandatario norteamericano con dos pésimas opciones posibles: retirar su ejército de aquella aventura y darse por vencido –con todo lo que ello significaría- o continuar en el campo de batalla perdiendo soldados y malgastando dinero, estirando el conflicto y magnificando el desastre. Tanto es así, que su determinación será postergada hasta el fin de su mandato para que la tome otro gobierno…
En la Argentina, la actual administración nacional cayó en el mismo error. No tanto por haber intentado aplicar una reglamentación que iba a resultar polémica, sino por no haberse dado cuenta de que debía replegarse en el primer instante del conflicto, minimizando las consecuencias, aunque alguien hubiera visto en esa jugada una pequeña pulseada perdida. Era el mal menor…
Redoblar la apuesta –algo habitual en la política “pingüina”- en esta oportunidad, sin medir los recursos que tenía el oponente para dar pelea hasta el final (como lo hizo), hizo entrar al gobierno en una de esas situaciones en la que no se debe entrar, porque cualquier salida posible va a ser perdidosa. Sin embargo, la peor ceguera fue llevar el conflicto a transformarlo en una cuestión de Estado y de Poder –cuando al principio solo era de plata- estirando una salida que finalmente resultó costosísima, tanto en dinero como en consenso para la Presidenta y para su ahora desgastado Gobierno. Quizás nadie del kirchnerismo haya asistido aquella tarde al seminario del canadiense. ¿Vos qué opinás…?

El Jefe


Los refranes son frases que expresan de algún modo un aspecto de la realidad. Algunos lo hacen de manera académica, otros de forma simbólica y algunos con pretensión humorística, aunque siempre preservando la consistencia de lo que quieren decir…
Uno de ellos reza: “El que sabe, sabe y el que no, es jefe”. Desde ya, un refrán usado con sorna las más de las veces, para causar la risa de algunos o la bronca de otros (los jefes, obvio!). Su discurso parece intentar provocar la sonrisa en quien lo pronuncia o lo escucha, más allá del verdadero contenido que encierra, teniendo en cuenta que estamos generalizando, por supuesto.
A lo largo de mi trayectoria como trabajador, como socio, como dirigente gremial-empresario y como integrante de ONGs, he tenido la suerte de estar de “los dos lados del mostrador”, el de subordinado y el de personal jerárquico. Y en todas las organizaciones en donde estuve noté que el que sabe, sabe y el que no, es jefe. Invariablemente.
Pareciera ser que la información “no sube”. En las empresas, en las instituciones, en los organismos. En una industria, en una escuela, en un sindicato. La información que se maneja “abajo” es mucho mayor y más certera que la que se maneja en las cúpulas. Las dirigencias resuelven, deciden, administran con muchas variables menos que las que disponen los empleados, y, a veces, hasta con datos inciertos o equivocados. Amén de cierta soberbia que los cargos directivos provocan en algunas personas, que impide notar que el verdadero conocimiento está en las bases y no en lo que él cree que es la realidad.
Incluso, las jefaturas suponen muchas veces que la falta de resolución de una determinada situación por parte de un empleado –o un grupo de ellos- es únicamente por ineficiencia. Y, cuando deciden “tomar el toro por las astas” y resolver la cuestión personalmente, se dan cuenta de que aquella intención era imposible de lograr, más allá de las capacidades de las personas. De todos modos, nunca van a dar cuenta de lo equivocado de aquella soberbia actitud. Y así nos va…
Es probable que sea un problema psicológico. Es posible también que haya un inadecuado formato de traspaso de la información desde quienes hacen el trabajo de campo (el que está en contacto con el proveedor, con el cliente, con el afiliado, con el alumno, con el ciudadano que paga sus impuestos, con la realidad, en síntesis) y quienes deben dirigir los destinos de las organizaciones y disponen de un panorama que no siempre –casi nunca- se ajusta exactamente a las circunstancias del momento.
Quizás haya algo de las dos cosas. O quizás haya alguna otra variable que desconozco y que juega sus cartas en el asunto. No lo sé. Lo que sí sé que es verdad es que “el que sabe, sabe y el que no, es jefe”. Indefectiblemente.
Desinformación y soberbia. Ignorancia y miopía. Cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia. ¿Vos qué opinás...?

Irresponsable


En todos los alumnados, desde siempre hasta hoy, es habitual que haya algún travieso, algún molesto, hasta algún inadaptado que enloquece a todo el curso, docente incluida. Ese muchacho/a que permanentemente tiene la palabra innecesaria en el momento justo, que subestima o menosprecia la capacidad de quien está al frente del aula, que revoluciona al conjunto con ideas rebeldes o promueve patriadas insurreccionales contra quienes ejercen la autoridad en el ámbito del establecimiento educativo. Que saca “canas verdes” (al menos, antes se decía así...) a quien dicta la clase y, las más de las veces, descontrola al grupo con su inconducta contagiosa.
Ante este tipo de personajes, es el personal docente el que debe saber encauzar cualquier pretendido desmán, poniendo en situación no solamente a quien intenta romper la armonía sino también al conjunto todo. Maestros y profesores poseen –o debieran poseer- las capacidades necesarias para poder conducir un grupo como un verdadero líder, y eso incluye a la habilidad para sobrellevar actitudes inadecuadas para el bien común de todos los alumnos y el del propio docente.
A ningún educador sensato se le ocurriría argumentar que la culpa de que todo un grupo esté “fuera de control” es de un solo alumno, por la simple razón de que ello significaría que aquél tendría más fuerza, más poder, que el que tiene el docente...
Sin embargo, hoy asistimos a una situación nacional que parece una analogía de lo descripto, con mayor importancia, mayor dimensión y mayor dramatismo, por supuesto.
En el largo (tedioso hasta el hartazgo, diría yo) conflicto suscitado entre productores agropecuarios y el Gobierno Nacional por el aumento de las retenciones a determinadas exportaciones, asoman dos actores que bien podrían reflejarse en la realidad del aula relatada anteriormente. Desde ya que no es el sector agropecuario un alumno revoltoso –según mi punto de vista-, pero aunque así fuera, es incomprensible enrostrarle la culpabilidad de todos los males que acarrea para toda la sociedad una protesta sectorial, por el simple motivo de que solo es eso: una protesta sectorial, esgrimida por dirigentes y dirigidos que no son políticos ni funcionarios de Gobierno, sino solamente defensores de los intereses de un grupo. En ese marco, la Presidencia de la Nación no puede permitir que la actitud de ese sector perjudique a la sociedad en su conjunto y solo tenga como herramienta el discurso acusador contra el “alumno inadaptado”. Quien vela por los intereses de toda la comunidad debe ser quien ceda ante la intransigencia de un grupo si esa intransigencia termina llevando penurias al resto de los sectores que nada tienen que ver con el conflicto. Después resolverá qué hacer con ese sector, cual es la forma de “encarrilar” al descarriado, pero siempre velando por el bien común de la gran mayoría de la ciudadanía, ya que, como bien lo dice la mismísima Cristina Fernández , es “la Presidenta de todos los argentinos”. ¿Vos qué opinás...?

A dos del bi


Sabido es que en los momentos extremos es cuando realmente se conoce a las personas. Es en esos instantes cuando aflora lo más profundo de cada quien, cuando “se muestra la hilacha” o no, cuando quien es auténtico y de una sola pieza permanece inalterable y quien no lo es se expone con sus más íntimas miserias. Los momentos extremos desnudan a la gente como los RX...
Creo que es absolutamente viable llevar este concepto desde lo singular a lo plural y analizar cómo una comunidad responde a las situaciones extremas de la misma manera en que puede reaccionar una persona. Las pruebas quedan a la vista en la sociedad argentina que, si bien ya debería estar acostumbrada a sobrellevar “momentos pico”, reacciona de manera más que alérgica a las calamidades o las bonanzas.
Hace muy poco (seis o siete años para la Historia no son mucho en verdad), tocamos fondo de la peor forma, no quedando estrato social que no haya padecido –aunque con distintas intensidades, obviamente- las catastróficas repercusiones de años de dilapidación y creencias de desarrollo “primermundista”. La gente mejor posicionada salió a cacerolear para protestar por la confiscación de sus ahorros (a veces fruto del trabajo de toda una vida) y la de más baja condición solo podía sufrir el terrible flagelo de la desocupación, con el hambre, la falta de Educación y la pésima calidad de vida que ella puede generar. Los muertos que dejó la jornada del 20 de diciembre de 2001 son solo la frutilla de un postre que nunca debimos haber comido...
Desde aquella debacle, la Nación supo y pudo ir recuperándose –algo lógico teniendo en cuenta que más hondo no se podía caer-, fundamentalmente en la mejora de los índices económicos y de la creación de nuevos puestos de trabajo que llevaron algo de alivio o hasta bienestar a muchas familias argentinas.
Ya lejos de aquel cuadro político y social, las condiciones actuales de los mercados internacionales han puesto al país en una inmejorable oportunidad, probablemente la mayor de toda la historia del país, al elevarse el precio de los alimentos a nivel mundial debido a la escasez de producción de los mismos. La Argentina, capaz de generar alimentos para 300 millones de personas, se convierte de la noche a la mañana en uno de los cuatro países (sí: cuatro) que pueden salir beneficiados por esta coyuntura, que parece que va a dejar de ser coyuntura para asentarse en el planeta como un verdadero fantasma para muchísimos países. Hoy nuestra Nación tiene frente a sí un fantástico escenario que propone que un país no desarrollado se transforme –nuevamente, como hace un siglo atrás- en más rico que muchos países que sí lo son pero que no pueden comer chips de silicio, petróleo, software o siderurgia de gran escala. “La” oportunidad, a partir de ser productor de commodities que dejaron de serlo. Pero...
Hoy, el otro extremo nos vuelve a desnudar. La bonanza (la que va siendo pero fundamentalmente la mucha que podría ser) nos vuelve a mostrar tal cual somos. Envolviendo a los sectores involucrados –productores agropecuarios y Gobierno- en una lucha autista que a paso apresurado va desacelerando el ritmo económico perjudicando al país todo, a los ciudadanos todos, simplemente porque no podemos ponernos de acuerdo en cómo repartir las vacas gordas. El mundo nos mira sorprendido, mientras busca nuevos mercados para comprar lo que adquiría acá, y nosotros –los que no estamos en la pelea sino siendo espectadores- nos sumergimos en una inmensa vergüenza ante tamaña barbarie de intereses.
Nuestra historia no es muy larga aún aunque dos siglos parece tiempo suficiente como para, por lo menos, encontrar puntos básicos de acuerdo para convivir y crecer como país y como sociedad.
Perón decía que “el año 2000 nos encontrará unidos o dominados”. El 2000 ya pasó y, a dos del “bi” seguimos sin encontrarnos, sin entendernos y sin unirnos. Vos qué opinás...?

Gotas de realidad


Admirado, aunque no tan valorado. Explotado, pero no desarrollado. Consumido y deformado en aras de lograr dividendos. Desde siempre, el arte ha causado sensaciones contradictorias, que llegan muchas veces a la inmensa estupidez de coartarlo, censurarlo, mutilarlo o eliminarlo. A través de la Historia, el Hombre ha canalizado en él el registro de su paso por el mundo, certificando de alguna manera la trayectoria de la Humanidad y la supremacía por sobre el resto de los seres vivos que habitan el planeta, incluso desde antes que él mismo...
Cierto es también que con pretensiones artísticas deambulan por doquier miles de “profanadores” que distorsionan los fundamentos que debieran mantener aquellas expresiones y que solo lucran –o al menos se ganan el sustento- practicando manifestaciones que, muchas veces, es beneficioso no percibir de ninguna manera. O quienes, de modo verdaderamente perverso, disfrazan como tal engañosas piezas que solo intentan la manipulación intelectual.
Y aquí surgirá para algunos la vieja discusión de si tal o cual expresión puede o debe ser considerado arte. Alguno también pretenderá adentrarse en el ya arcaico (aunque no obsoleto) debate sobre si el arte debe o no ser entendido, comprendido, debate que aún hoy mantiene adeptos de ambos lados que justifican su posición con argumentos que, desde ya, merecen ser escuchados.
A lo largo de los siglos, los artistas han luchado para poder manifestarse, exponer sus visiones, sus posiciones, sus pretensiones ciertas de cambiar el mundo. Lucha que llevaron a muchos a ser perseguidos, extraditados o a convertirse en mártires por ser incomprendidos, adelantados a su época u opuestos a los intereses de los poderes de turno. En todas las latitudes, en todas las épocas, en todos los imperios. O, por la vuelta y tras la ida de los intolerantes, están quienes se han transformado en referentes de una sociedad por su lucha, la defensa de sus ideales y su sufrimiento inmerecido en aras de mantener intactas sus ideologías.
Para mí, el arte no es más que la huella del derrotero que el ser humano va dejando a lo largo de su ya milenaria trayectoria terrestre. Y se convierte en el mayor legado de la civilización, en el verdadero sentido de su paso por el mundo, en lo único que no es “mantenimiento”. El arte perdura, madura, evoluciona y permite el crecimiento personal de quien se nutre de él, provocando la reflexión, la memoria, y todas las sensaciones –desde placer hasta asco, desde amor hasta odio, desde sosiego hasta ira- que solo una canción, un film, una escultura, una pintura, una pieza literaria pueden inducir. Seguramente, la mejor herramienta de que disponemos para transformar permanentemente la dura realidad terrenal. ¿Vos qué opinás...?

Un año con “¿Vos qué opinás…?”


¿Vos qué opinás…? cumple un año. Pasó rápido, por cierto. Con semanas fecundas de expresión y otras más silenciosas o con ocupaciones que impidieron una mayor comunicación.
No obstante, este tiempo me permitió cruzar conceptos, ideas, pero fundamentalmente me sirvió para poner a prueba determinadas teorías aprendidas de manera formal, algunas de las cuales no salieron aprobadas, otras sí. Pero una de ellas resultó verdaderamente sorprendente...
En ámbito universitario estudié que para que un proceso de comunicación se lleve a cabo deben existir un emisor, un receptor y un medio que transmita el mensaje. También aprendí que todo acto comunicacional se produce solo cuando entre ambas partes existe un común de experiencias que permitan que el mismo se concrete. Un lenguaje compartido es el principal, pero también los conocimientos y vivencias de cada quien lo son (de hecho dos cirujanos se entienden bien hablando de su trabajo, pero un cirujano y un publicista poco podrán comunicarse acerca de sus profesiones, por ejemplo). Por último, se me enseñó también que el mensaje no es el que pretende el emisor sino el que entiende el receptor…
Acá es donde reside mi mayor sorpresa: nunca creí hasta la experiencia de este blog que un mensaje podía ser entendido de maneras tan diferentes. Nunca pensé que las palabras tenían significados tan distintos para las personas, que las ideas que uno quiere manifestar podían ser comprendidas de formas tan disímiles por la gente. Muchos comentarios de quienes se animaron a contestar (más los de tantos otros que no lo hicieron, seguramente) dan muestra de lo que digo. En algunos casos refiriéndose a cosas sobre las que no escribí. En otras, disparando anécdotas, episodios o pensamientos que nada tenían que ver con lo que expresaba la nota –o, al menos, con lo que yo quise expresar-.
Y resulta paradójico que, teniendo un lenguaje tan rico en vocabulario, con tantísimas palabras para designar lo mismo, el uso actual del mismo “permita” (por decirlo de alguna manera) comprender un texto con sentidos sino opuestos, al menos sí bastante distantes entre ellos.
En definitiva, todo esto lleva a extremar los recaudos a la hora de sentarse a escribir, tratando de ser lo más claro posible en la exposición, de manera de limitar el abanico de posibles interpretaciones, en un ánimo un tanto egoísta –si se quiere- de que todo el mundo “lea” simplemente lo que escribí. Entiendo que mis notas no son arte, solo una manifestación de criterios propios sobre determinados temas. De ahí que me esfuerce en tratar de que se entienda lo que quiero decir, dejando para la Literatura el hecho de que cada lector vuele con su imaginación, descifrando lo que su propio universo le sugiera.
“¿Vos qué opinás…?” seguirá siendo un pequeño kiosquito de opiniones, de propuestas, de debates. De este lado, mi inquietud continuará generando disconformismos, proposiciones y preguntas. Del otro, todos quienes prestigian esta columna leyendo, comentando, debatiendo, haciendo que estas líneas tengan algún sentido.
Humildemente, este espacio intentará siempre provocar el cuestionamiento de aquellos preceptos que parecen ciertos solo porque llevan tiempo esgrimiéndose.
El intercambio de ideas es el gran promotor del progreso humano, y en lo que se pueda, este blog colaborará en ello. Soy optimista: quizás, algo se logre… ¿Vos qué opinás…?

PD: Gracias a todos quienes pasan por aquí y también a quienes incluyeron a esta columna en su lista de blogs preferidos. Es un verdadero halago.

El péndulo


Treinta y dos años después de la barbarie, mucho tiempo ha transcurrido como para que la Nación haya aprendido las lecciones que con sangre han escrito páginas muy pesadas de nuestra Historia. De todo hemos tenido en estas tres décadas y algo más, experiencias que dejan huellas –para muchos imborrables, por cierto- que debieran servir para crecer como país, y eso incluye a todos quienes lo conforman (Estado, Gobiernos, partidos políticos, instituciones, Fuerzas Armadas, políticos, dirigentes, funcionarios, ciudadanos).
Sin embargo, los aprendizajes no parecen alcanzar los mismos promedios en todos esos distintos actores y algunos, verdaderamente, reprueban las materias como alumno desatento y despreocupado.
En aquellos monstruosos años de la dictadura, prohibir era la principal política de Estado. Casi todo lo estaba. Manifestaciones políticas, gremiales, estudiantiles, artísticas o de cualquier tipo. Incluso personales, ya que ni siquiera podía elegirse un “look” que transgrediera la uniformidad y prolijidad establecida como norma por el régimen. Una dictadura, bah, todos sabemos a qué me refiero...
Hoy en cambio, este alumno poco aplicado que es el Estado (alguno querrá cambiar el concepto por el de Gobierno, probablemente) se ubica en las antípodas de aquella etapa de plomo, violenta, represora, y en aras de defender Derechos Humanos alega políticas “garantistas” (me pregunto si las garantías defienden a quienes tienen que defender...) y permiten todo tipo de atropello, tropelía, barbarie o ultraje a las instituciones, a las autoridades y a las personas. Es totalmente permisible hoy en día irrumpir en una comisaría y destrozarla (como hiciera D´Elía y compañía hace algún tiempo), cortar las vías de comunicación que unen a la Nación –y que la misma Constitución garantiza como de libre circulación-, faltarle el respeto a cualquier autoridad policial (alguien creerá que se lo tienen ganado...) o hasta salir en defensa del hijo propio para discutirle a la maestra la más mínima diferencia con el alumno (cuando no se la lleva a juicio por cometer la “bárbara” acción de retarlo por una falta de conducta). Todo está así, desmadrado. Sin límites, sin márgenes, sin marcos. Cualquier cosa está bien. Aquello de que los límites de la libertad propia terminan en donde empieza la libertad de los demás es un concepto demodé. Ya no es más así, todo es como a cada uno le parece, se olvidaron las reglas de convivencia, se dejó de lado el bien común. Cualquier paro puede ser salvaje, no importa a quién afecte. Cualquier manifestación puede adueñarse de los tiempos (y ocupaciones) de los demás y mantener cautivos a miles de transeúntes que solo quieren desplazarse. Cualquier Gobierno puede pretender extorsionar a quienes producen confiscándoles la mitad o más de lo que han generado. Y cualquier sector puede llevar adelante acciones que involucren a gente que nada tiene que ver con su asunto. Exactamente igual que como hacía el terrorismo, que en buena parte dio lugar a la dictadura de la que no nos podemos olvidar (ahora hasta tenemos un día para recordarla, exactamente el mismo en que se instauró!).
Nuestra Historia sigue siempre el recorrido del péndulo. Va de un extremo al opuesto, y empieza a recorrer la misma distancia pero en sentido inverso. Una y otra vez, de forma peligrosa, por cierto.
Alguna vez la nuestra podrá ser una sociedad, con todo lo que ello implica: formas de convivencia, normas regulatorias, leyes que se aplican y respetos mutuos entre las personas, base de toda institución, partido o gobierno. Por ahora, parece que el péndulo va a seguir su recorrido, en una y otra dirección, de ida y de vuelta y sin paradas intermedias. ¿Vos qué opinás...?

El podio


El nuestro no es un país alegre por naturaleza. Quizá sea la mezcla de razas que han conformado nuestra población, imbuida de desarraigos, nostalgias, abandonos y rupturas, las que han caracterizado a nuestra gente, un poco “tanguera” siempre. Sin embargo, los talentos que esa misma mezcla han producido lograron sacarnos, aunque sea por momentos, de aquella situación poco alegre. Es larga sin duda la lista que integran esos privilegiados que supieron o saben arrancar una sonrisa, una carcajada, a lo largo de los años. Discepolín, Niní Marshall, Luis Sandrini, José Marrone, Dringue Farías, Adolfo Stray, Adolfo Castello, el “Gordo” Porcel, el “Negro” Fontanarrosa, Alejandro Dolina, Guillermo Francella, Dady Brieva, Florencia Peña...
Pero, para mí, hay un podio en lo que al humorismo televisivo se refiere, que en el día de ayer logró reunirse, para alegría del cielo y para duelo de todos los argentinos. Ayer se fue “el petiso”. Se fue. Y nos dejó, por primera vez, una lágrima en los ojos, después de tantas carcajadas, después de tantas irreverencias graciosas, después de tanta sutileza a veces, de tanta y tanta genialidad a borbotones. Un talento en serio. En todas las áreas del Periodismo y del Espectáculo en las que incurrió. Ayer se fue.
Y subió al podio, junto a los otros dos genios que lo esperaban: el enorme Tato Bores y el inolvidable Negro Olmedo. Dueños de una comicidad incomparable, de un timing preciso, de un lenguaje directo y certero, de una gestualidad más que expresiva. De aquellos que solo los elegidos tienen y que tanto bien hacen a quienes solo podemos disfrutarlos.
Allá estarán ahora, sacándose chispas a ver quién dice la barbaridad más oportuna, quien puede subir al lugar más alto del podio y quien lo baja, como verdaderos clowns que fueron.
Lo vamos a extrañar al petiso, realmente. Como extrañamos y no olvidamos a los otros grandes que cambiaron nuestros estados de ánimo, seguramente cuando más lo necesitábamos.
Es difícil estar de duelo cuando muere un payaso. Todos dicen que hay que recordarlo riendo, alegres, divertidos. No sé si puedo esta vez. Sepa disculparme, Señor Guinzburg, si no puedo respetar esta regla. Hoy tengo la lágrima a flor de piel, y no es por llorar de risa en esta oportunidad.
Nos van quedando algunos cómicos, pero pocos de los quilates, de la calidad, del carisma y del ingenio del petiso y sus acompañantes en el podio. Ojalá, desde dondequiera que estén, iluminen con su gracia tanta miseria desparramada, tanta tristeza y desamparo, tanta soledad, tanta impotencia y tantas otras emociones tóxicas que nos someten a menudo a los argentinos y que ellos, de a ratos aunque sea, podían hacernos olvidar. Quizás lo logren. ¿Vos qué opinás...?

Dos caras


Por Pedro León Jáuregui Ávila
del Diario "La Opinión" de Cúcuta, Colombia
para "¿Vos qué opinás...?"


La tensa situación que se origina en la frontera colombo-venezolana por las declaraciones imprudentes de los presidentes Álvaro Uribe Vélez (Colombia) y Hugo Rafael Chávez Frías (Venezuela) con sede en Bogotá y Caracas, afecta a todos los que vivimos en la zona limítrofe.
Los mandatarios se han agarrado, en más de una guerra verbal, en un intercambio de palabras como empleadas de servicio y se han olvidado que son los presidentes de dos países con intereses históricos y familiares comunes.
El temor de un conflicto no se descarta, pero es poco probable que ello ocurra porque en la frontera entre Norte de Santander (Colombia) y el estado Táchira (Venezuela), donde vivimos, los lazos familiares son muy estrechos.
El que no tiene un hermano, hija, tía, tiene por lo menos un amigo al otro lado de la línea fronteriza, por lo que se hace difícil pensar que ello ocurra así los dignatarios de los países fomentados por los mercaderes de la guerra lo fomenten (los únicos que saldrían ganadores si hay un conflicto). Dicho de otra manera la frontera no quiere la guerra.
Al margen de lo anterior hay situaciones que parecen motivar el momento que se vive.
De un lado está el hecho que Venezuela tendrá elecciones regionales en noviembre donde Chávez intentará recuperar el terreno que perdió en diciembre cuando salió derrotado en la aspiración de perpetuarse en el cargo (dictador por decreto). En Colombia que cumple su segundo mandato en línea ha indicado que no buscará una tercera elección salvo una hecátombe y una guerra lo es...

La ¿Tercera? Edad


Alguna vez hice mención en esta columna a algunos conceptos que con el correr de los años han cambiado –creo que no solo a mi forma de ver- y sin embargo se perpetúan de la misma manera sin acompañar el devenir de los tiempos. El de la “Tercera Edad” es uno de ellos. Y no solo porque se trate de un término o de un rótulo, lo cual no sería demasiado significante. Creo que en el concepto de Tercera Edad se amontonan un sinfín de características que ya han cambiado también y que merecerían una revisión a fin de encontrar entornos que favorezcan a quienes ella transitan.
En verdad, la definición de “Tercera Edad” está bastante vetusta, ya que antaño podría ser que una persona transitara solo tres marcadas edades a lo largo de su vida (infancia, juventud, ancianidad). Eran épocas en que la vida era más corta, la infancia larga, la adolescencia casi no existía –un muchacho que terminaba la “colimba” ya era “todo un hombre”- y la juventud era también bastante ajustada, ya que la pretendida última edad empezaba con la cuarta década de vida, apenas...
Realmente podría decirse que las etapas de la vida eran tres, con diferencias bien manifiestas entre ellas.
Sin embargo, en el siglo actual, creo que nadie podría sostener que esto sigue siendo así. Hoy la infancia se ha acortado drásticamente –en algunos casos ni siquiera llega a los doce o trece años-, y en cambio la etapa que sigue dura casi una eternidad. De hecho, hoy se habla de los “adultecentes”, concepto que engloba a jóvenes de treinta o más años que aún permanecen en la casa de sus padres, gozando de los beneficios que ello conlleva y esquivando las responsabilidades que a esa altura de la vida es más o menos lógico ir asumiendo.
Pero, sin llegar a los extremos, la adolescencia es una verdadera edad en sí misma, pues dura prácticamente quince años, algo impensado décadas atrás.
La juventud, ciertamente, también se ha prolongado. Si bien empieza más tarde, hoy nadie medianamente sensato podría asegurar que una persona de cuarenta o de cincuenta años sea vieja. La juventud se divide hoy en dos períodos, uno que arranca tras la larga adolescencia y que termina en la etapa de la madurez, sobre los cuarenta y cinco a cincuenta años. En verdad, muchas personas desarrollan hoy en día su máximo potencial en esta cuarta etapa, mezcla de juventud y de experiencia a la vez.
Recién como quinta época de la vida, aparece la ancianidad, o vejez. Con un límite un poco incierto en su inicio y con características que varían mucho entre las personas, de acuerdo a la calidad de vida que hayan podido llevar a lo largo de su existencia. Quienes hoy recorren los sesenta o setenta años quizás no transiten por una quinta etapa, debido a las épocas en que les tocó sobrellevar su vida, aunque sí ya por una cuarta, por lo que, en mi opinión, lo de “tercera” está añoso.
Reconocer que no son tres sino más los actuales períodos en la vida de la gente es un punto de partida para planificar mejores formas de socialización, sobre todo teniendo en cuenta que en la mayoría de los países desarrollados y en muchos aún no desarrollados la población está envejeciendo, en relación a los datos demográficos de años anteriores. Después de todo, no solo debe tratarse de prolongar la edad de los seres humanos estirando la fecha de fallecimiento sino asegurando actividades y calidad de vida que permitan a cada uno de ellos el acceso a la dignidad en cualquiera de las etapas que sea. En ese sentido, creo que la medicina y la ciencia –principalmente- vienen cumpliendo con loables objetivos que no se condicen con una planificación responsable de las demás áreas en cuestión. ¿Vos qué opinás...?

El guión del enemigo


No deja de asombrarme. El respeto en la Argentina es algo que ya no está en decadencia: está en el olvido. Y si no, vean el nuevo monstruo político que acaba de nacer, el “Pacto Kirchner-Lavagna”. Considerado por los medios como “inesperado”, cuando en realidad es vergonzoso. Ni más, ni menos.
La Democracia, en la Argentina, es un sistema que se plantea como “representativo”, pero que en la práctica sirve solamente para regalar poder a quienes integran listas partidarias. Nada más que para eso. Este asqueroso pacto lo confirma nuevamente. Quienes se inclinaron en las urnas hace nada más que tres meses por el Sr. Lavagna (“tan solo” 3.200.000 personas) hoy ven como su voto opositor va a parar a las filas de aquello a lo que se oponían. Poco –nada, más bien- le importó al ex ministro que esas estúpidas almas que lo apoyaron hoy se vean absolutamente traicionadas al usar para bien personal aquella cuota importante de poder que le otorgaron. Obviamente, del lado del kirchnerismo es idéntico. Como si los votos fueran para que el votado haga absolutamente lo que se le ocurra en vez de llevar adelante las ideas y posiciones expuestas en la campaña.
También vienen a mi memoria aquellos diputados que cambian de bancada después de llegar a la Cámara, usufructuando de manera traidora el respaldo que la gente le brindó en la elección; la llegada de Kirchner a la Presidencia de la mano de Duhalde a quien después tildó de mafioso (¿y él qué vendría a ser si llegó por aquél?) y tantas otras patrañas políticas como Uds. recordarán, modus operandi propio de delincuentes y logias.
Se me ocurre que la Democracia argentina sigue los lineamientos dispuestos en el guión del enemigo. Parece realmente así. Aquellos intolerantes y fascistas que siempre se resistieron a los “gobiernos del pueblo” hoy ven cómo sus posturas totalitarias parecen justificarse a partir de los desmanes que nuestros políticos cometen con el poder conferido. Nos matan en la calle –los autos o las balas-, nos acechan las potencias comprando (por ahora) nuestras tierras, nuestras empresas y nuestras riquezas, vienen por nuestra naturaleza (y esto va en serio, ya no es algo “del futuro”), y los muchachos de la política autóctona siguen preocupados por espacios de poder, negociando los votos que la gente (inocentemente) les dio. Un guión que nadie mejor que el enemigo podría haber diseñado.
Hace algunos meses señalaba en “De a poco, pero se aprende” cómo la gente iba aplicando premios y castigos a los viejos y corruptos dirigentes que siguen pretendiendo encumbrarse en las cimas. Hoy observo cómo, sin embargo, nuestras cúpulas políticas manosean al “soberano” (¿?) realizando una y otra vez sus “promesas en el bidet”, como diría Charly. ¿Vos qué opinás…?

Alter ego


“Tus hijos no son tus hijos, son hijos de la vida...” es un concepto por demás aceptado hoy en día. Ya no hay discusión al respecto, al menos en nuestra occidental cultura, creo. Sin embargo, es difícil describir una relación padre-hijo/a (o madre-hijo/a) sin una dosis -aunque sea pequeña- de “participación” paternal en aquellas vidas que nos suceden. No soy psicólogo, pero creo que es inevitable en cualquier ser humano padre creer propia una porcioncita de aquella vida que lo tuvo como gestor.
Mi visión personal del tema es un poco más exagerada, por decirlo de alguna manera. Quizás por ser padre de un solo hijo, a lo mejor quien lo es de seis o siete tiene otra postura al respecto. Para mí, mi hijo es yo mismo (¿o se dice “mi hijo soy yo mismo”...?). Así es, así lo siento: mi hijo es mi misma persona. Una continuación actual, contemporánea de mi propia existencia. Quizás por la tremenda identificación que veo en él. Quizás por la profunda admiración que me provoca su inmensa sensatez de apenas doce años, con un don de la ubicación que verdaderamente me conmueve en algunas oportunidades. Por muchas razones. Guido soy yo. Mi alter ego. Razón más que suficiente para querer lo mejor para su vida, su futuro, su porvenir. Y para dedicarle horas de charlas y debates que nos nutren a los dos: a él de conocimiento, y a mí de sabiduría.
Y así surge una cierta justificación, una verdadera explicación de nuestro paso por el mundo (quienes no son padres tendrán otras, por demás válidas, por supuesto). Quien ha tenido la inmensa dicha de traer una –aunque sea- vida al mundo y la supo “cultivar” y proteger mientras se necesita para convertirla en nada menos que un ser humano, tiene por demás acreditado el motivo de su existencia.
Por cierto, esta propia forma de ver la cuestión tendrá sus adeptos y sus detractores, como cualquier otra. Pero a mí me motiva intensamente saber que lo que él pueda ser y pueda hacer será a su vez algo que yo habré sido y habré hecho.
La etapa de “abuelez” aún me queda lejos, pero será seguramente muy interesante experimentar la sensación de “volver a ser padre” cuando Guido lo sea. Una nueva vuelta de rosca a la naturaleza, generando otra nueva vida que –veremos- podré seguir viviendo yo...
Alguno creerá que “Alejandro enloqueció”. Alguno sentirá como propio este relato. Más de una madre (incluida la de Guido) podrá argumentar obviedad, quizás, en lo que digo. De todos modos, yo me quedo con esta sensación de “sucesión” de mi mismo. Y esperando que me comentes: ¿Vos qué opinás...?

PD: Dos aclaraciones: la foto tiene unos años, y Guido es el de la derecha... ja!

Poliladron


De chicos era habitual jugar al poliladron. Casi siempre queriendo hacer de policía, de modo de tener un poco de superhéroe, atrapando a “los malos”, los delincuentes, los ladrones.
De grande vamos aprendiendo que de chicos éramos inmensamente ilusos, al creer dos bandos, uno de los cuales –el de la “Justicia”- era nuestro soñado rol.
En la empresa en que trabajo, hace unos dos meses, las compañías clientes empezaron a retenernos 3% del monto de la facturación, a cuenta del Impuesto a los Ingresos Brutos, por orden de la Dirección Nacional de Rentas de la Provincia de Buenos Aires. Grande fue nuestra sorpresa al notar, unos veinte días después, que uno de los dos bancos con el que opera nuestra empresa empezó a practicar otra retención igual sobre los cheques que se acreditaban en la cuenta.
Hecha la gestión pertinente en el banco, se nos comunicó unos días después que la orden provenía de la misma dirección impositiva bonaerense, con lo cual nada podían ellos hacer. Así las cosas, sobre una factura cobrada se nos retenía automáticamente 6%, cuando la alícuota es de 3,5%. Lo peor del caso es que quince días más tarde, el otro banco procedió de la misma manera. “Zas! El Estado nos roba”, fue la conclusión obtenida, mientras ingeniábamos métodos para no generar crédito fiscal irrecuperable.
Tres semanas más tarde, al ingresar al establecimiento a trabajar, sobre las 8 de la mañana, volví a sorprenderme ingratamente al observar la nocturna visita de los cacos a nuestra empresa. Como lograron entrar por una pequeña ventana sin rejas (en una oficina recién terminada...), solo pudieron llevarse algunas herramientas y adminículos menores, gracias a Dios, aunque nos quedó el amargo sabor de sabernos invadidos. “Zas! Los ladrones nos roban”, volvimos a impacientarnos.
Tras veinte días, un camión de nuestra empresa fue víctima de otro hecho de delincuencia. El chofer fue abordado por un grupo de “profesionales” muy profesionales (y súper tranquilos), y se llevaron el tractor por un lado y el semi y la carga correspondiente por otro. Tras una serie de innumerables episodios insólitos, quienes habían perpetrado el hecho estaban en el lugar donde la Policía nos devolvió una parte del botín: el semi cargado... “Zas! La Policía también nos roba”, nos preocupamos entonces.
Hoy, al regreso de cobrar unos cheques en una empresa cliente y antes de ingresar al establecimiento –a las 11.30-, dos muchachitos de apenas dieciséis o diecisiete años se bajaron de “sus” bicicletas y me arrinconaron contra la pared, provistos ambos con sendas pistolas. En este caso me sustrajeron celular, reloj y el dinero que tenía encima (se salvó la cobranza). “Zas! Los rateros nos roban!”, fue la tristísima conclusión de este mediodía.
Hasta aquí, pudimos salir ilesos físicamente de tantas experiencias desastrosas. Aunque, por supuesto, las alteraciones psicológicas que provocan estos hechos terminarán somatizando aquellas repercusiones físicas en solo algún tiempo. Pero la pregunta que surge, tras uno y otro saqueo, es: ¿Está bien trabajar? ¿Cuánta gente vive de la poca que trabaja? ¿Cuánto parásito hay en nuestra sociedad? ¿Los políticos son todos chorros? (como tanto se escucha por doquier) ¿o son muchísimos más los chorros? De guante blanco, de guante negro, a cara cubierta o a cara descubierta, los manotazos llegan por todos lados. Y no hay amparo...
La de hoy es casi una crónica. Sin tanta reflexión ni opinión, como es lo habitual. Hoy no quiero opinar, me robaron las ganas. ¿Vos qué opinás...?

Muchachos! Dejen de vivir...!


Ya hemos comentado en esta columna alguna vez que a los políticos no se les cae una idea (y quién no...?). Sin embargo, es asombroso que ni siquiera sean capaces de recordar las malas experiencias pasadas y se reiteren las propuestas impensadas, inconsultas y “fáciles”.
Hace unos años –y no tantos-, las políticas económicas devenidas de un super-ministro (porque acá no nos andamos con chiquitas) practicaron el ajuste y el achique –no el de Menotti, precisamente-. Todo se ajustaba: salarios, jubilaciones, gastos y consumos. Todo. Pero la plata faltaba y faltaba. Y entonces se volvía a ajustar sobre lo que ya estaba ajustado. Un reajuste o “ajustazo”. Como seguían sin tomarse las políticas de fondo que solucionaran los problemas que aquejaban a aquella economía, la ingeniosa “solución” volvía a aplicarse, una y otra vez.
Así se llegó a un fantástico plan (fantástico de verdad, porque era imposible que fuese una realidad) que se llamó “Déficit Cero”, que proponía que el Estado pague hasta lo que le alcanzaba el dinero y lo demás... Pagadiós! De más está recordar que tanta barbaridad terminó en un desastre que se intituló “Corralito” y que hizo saltar por los aires al Gobierno (en realidad, pretendió hacerlo con todos los políticos en forma masiva).
Sin embargo, la historia parece repetirse. Salvo que, como es en otro rubro, nuestros distraídos funcionarios no pueden darse cuenta de que están cayendo en el mismo error.
Hoy asistimos al “achique” versión II: el achique energético. Desde todos los rincones (el Gobierno, las empresas públicas, algunas fundaciones o asociaciones mercenarias, etc.) se nos pide “moderación”, “no derroche” -sugerencias entendibles, en verdad- y también se empiezan a bosquejar intenciones algo más forzadas, como el “Censo de acondicionadores de aire” que los porteros de Capital deberían llevar a cabo, o el casi estúpido método de repartir dos lamparitas de bajo consumo casa por casa, porque va a provocar un descenso en el consumo. Ni mencionar el cambio de horario, que nos fastidia verdaderamente hace unos días, sobre todo a quienes viven en el Oeste del país que tienen eternamente atada su vida a un horario nacional unificado, cuando por su respectivo huso horario deberían tener una hora menos. Hoy soportan dos horas de diferencia con lo que debiera ser la realidad de sus días y noches, lo cual no es poca cosa, verdaderamente.
El agua escasea también, lo cual provoca –al igual que en la corriente eléctrica- cortes en el suministro a la gente y “sensuales” sugerencias de que los cónyuges se bañen juntos, para ahorrar. Como si fuera poco, los combustibles líquidos –por problemas estructurales aunque también por intereses comerciales- faltan hace más de un año ya, si bien solo le hacen pagar el pato a la petrolera Shell, enemiga número uno del establishment...
Tampoco alcanzan las rutas (y un pobrísimo dirigente de una asociación de víctimas de accidentes de tránsito le echa la culpa a que se fabrican muchos autos...). Y sigue la lista. Nada alcanza. Cuando “éramos pobres” –hace bastante poco...-, no había problemas. Ahora, que la gente trabaja un poco más, aparecieron por todos lados, por falta de infraestructura.
El “Maldito Ajuste” está de nuevo con nosotros. Y seguramente tendrá un efecto negativo, igual al que tuvo aquel primero.
La consigna que baja de las cúspides parece ser; “Basta muchachos! Dejen de vivir! Basta de aire acondicionado! Basta de autos nuevos! Basta de bañarse! Basta, basta! A ningún político, ni siquiera de la oposición, se le ocurre que la mejor idea es generar recursos, no simplemente “recortar” lo que tenemos. No es que me oponga a evitar derroches, todo lo contrario. Creo que toda ineficiencia es anticristiana. Pero a las mentes limitadas solo se les ocurre limitar, en vez de planificar estructuras que apunten a un país ciertamente integrador –¿o acaso no es “marginalidad” que alguien no pueda disfrutar un aire acondicionado o bañarse como lo hizo siempre?-.
Los pronósticos de los científicos meteorólogos indican que por estas latitudes se consolidarán climas más agresivos, como los inviernos y veranos tan marcados que venimos soportando, similares a los del hemisferio Norte. Ello implicará que la gente necesitará recursos para poder resistirlos. A ver, muchachos, si cambian las ideas gastadas por unas mejores, que procuren en serio un país para todos. ¿Vos qué opinás...?