A dos del bi


Sabido es que en los momentos extremos es cuando realmente se conoce a las personas. Es en esos instantes cuando aflora lo más profundo de cada quien, cuando “se muestra la hilacha” o no, cuando quien es auténtico y de una sola pieza permanece inalterable y quien no lo es se expone con sus más íntimas miserias. Los momentos extremos desnudan a la gente como los RX...
Creo que es absolutamente viable llevar este concepto desde lo singular a lo plural y analizar cómo una comunidad responde a las situaciones extremas de la misma manera en que puede reaccionar una persona. Las pruebas quedan a la vista en la sociedad argentina que, si bien ya debería estar acostumbrada a sobrellevar “momentos pico”, reacciona de manera más que alérgica a las calamidades o las bonanzas.
Hace muy poco (seis o siete años para la Historia no son mucho en verdad), tocamos fondo de la peor forma, no quedando estrato social que no haya padecido –aunque con distintas intensidades, obviamente- las catastróficas repercusiones de años de dilapidación y creencias de desarrollo “primermundista”. La gente mejor posicionada salió a cacerolear para protestar por la confiscación de sus ahorros (a veces fruto del trabajo de toda una vida) y la de más baja condición solo podía sufrir el terrible flagelo de la desocupación, con el hambre, la falta de Educación y la pésima calidad de vida que ella puede generar. Los muertos que dejó la jornada del 20 de diciembre de 2001 son solo la frutilla de un postre que nunca debimos haber comido...
Desde aquella debacle, la Nación supo y pudo ir recuperándose –algo lógico teniendo en cuenta que más hondo no se podía caer-, fundamentalmente en la mejora de los índices económicos y de la creación de nuevos puestos de trabajo que llevaron algo de alivio o hasta bienestar a muchas familias argentinas.
Ya lejos de aquel cuadro político y social, las condiciones actuales de los mercados internacionales han puesto al país en una inmejorable oportunidad, probablemente la mayor de toda la historia del país, al elevarse el precio de los alimentos a nivel mundial debido a la escasez de producción de los mismos. La Argentina, capaz de generar alimentos para 300 millones de personas, se convierte de la noche a la mañana en uno de los cuatro países (sí: cuatro) que pueden salir beneficiados por esta coyuntura, que parece que va a dejar de ser coyuntura para asentarse en el planeta como un verdadero fantasma para muchísimos países. Hoy nuestra Nación tiene frente a sí un fantástico escenario que propone que un país no desarrollado se transforme –nuevamente, como hace un siglo atrás- en más rico que muchos países que sí lo son pero que no pueden comer chips de silicio, petróleo, software o siderurgia de gran escala. “La” oportunidad, a partir de ser productor de commodities que dejaron de serlo. Pero...
Hoy, el otro extremo nos vuelve a desnudar. La bonanza (la que va siendo pero fundamentalmente la mucha que podría ser) nos vuelve a mostrar tal cual somos. Envolviendo a los sectores involucrados –productores agropecuarios y Gobierno- en una lucha autista que a paso apresurado va desacelerando el ritmo económico perjudicando al país todo, a los ciudadanos todos, simplemente porque no podemos ponernos de acuerdo en cómo repartir las vacas gordas. El mundo nos mira sorprendido, mientras busca nuevos mercados para comprar lo que adquiría acá, y nosotros –los que no estamos en la pelea sino siendo espectadores- nos sumergimos en una inmensa vergüenza ante tamaña barbarie de intereses.
Nuestra historia no es muy larga aún aunque dos siglos parece tiempo suficiente como para, por lo menos, encontrar puntos básicos de acuerdo para convivir y crecer como país y como sociedad.
Perón decía que “el año 2000 nos encontrará unidos o dominados”. El 2000 ya pasó y, a dos del “bi” seguimos sin encontrarnos, sin entendernos y sin unirnos. Vos qué opinás...?