A nadie le gusta...


Es lugar común defenestrar a la violencia. Desde cualquier sector de la sociedad, desde el Estado, desde los gremios o sindicatos, desde la Universidad, desde los movimientos sociales, las ONG, las escuelas, los vecindarios…. La violencia es repudiada permanentemente, sin distinción de razas, de credos, de estratos sociales o de niveles educativos. Todo el mundo coincide en señalarla como uno de los peores males de nuestros tiempos pero, salvo excepciones, nadie se hace cargo de su generación.
Es realmente sencillo, de todas formas, tomar parte por calificar como deleznable a cualquier hecho violento, sea de la forma que sea o provenga del lado que provenga. Sin demasiado ejercicio intelectual, aparece muy lógico oponerse a ella. Y hasta indigno e improcedente utilizarlo como medio de alcanzar el poder, método ejercido desde hace décadas por los grupos terroristas a nivel global.
Sin embargo, creo que el tema merece una reflexión personal un poco más detenida, más meditada, que explore el hecho desde sus verdaderos motivadores y no solo desde el acto violento puntual.
“Violencia es mentir”, reza el Indio Solari en una de sus más festejadas creaciones. Yo creo que no solo mentir: también lo es discriminar, lo es tener soberbia, lo es ser indiferente, lo es someter económicamente y por supuesto incumplir promesas (aunque eso ya es directamente mentir…)
Recuerdo cuando en los primeros años de la recuperada democracia argentina era muy común escuchar que “por lo menos ahora se pueden decir las cosas”. Algo que me provocaba una tremenda indignación, porque nada me parecía más hipócrita que escuchar a la gente protestar por tal o cual cosa y que no se la tenga en cuenta en absoluto. Pero, se podían “decir las cosas”. Indignante…
La lista de esas provocaciones que engendran violencia sigue teniendo lamentable vigencia, fundamentalmente mantenida desde las distintas administraciones –locales, provinciales o nacionales- que deciden en contra de la gente, que dejan desprotegidos a los ciudadanos (incluidos ancianos y niños), que no sancionan y aplican leyes con Justicia, que permiten concentraciones de riqueza y poder, que malvenden la Patria de diferentes formas –todas vergonzosas, por cierto-, que explotan inmoralmente el medio ambiente condenando el futuro de la Humanidad o actúan a contramano de los intereses comunitarios de otras múltiples maneras.
No significa esto, de ninguna manera, que se pueda justificar la violencia, pero sí –desde mi punto de vista- que lo que debe condenarse en su justa medida es la semilla que la germina. ¿Qué queda por hacer cuando ningún timbre da respuestas? ¿De qué manera se puede hacer Justicia si ninguna institución la aplica como corresponde? ¿Cómo sentirse protegido cuando “desde arriba” no se condena lo condenable?
Las pretendidas democracias que se desarrollan en nuestras latitudes deberán algún día erradicar la violencia verdaderamente. No solo como método de presión sino legislando y gobernando a favor de la ciudadanía, única forma de que la gente extermine de sus mentes cualquier forma de violencia que le permita reivindicaciones, protestas, formas de hacerse escuchar o de exigir Justicia. Aunque quizás solo sea una pretensiosa utopía. ¿Vos qué opinás...?