El sabor del encuentro



Nuestro empeño en querer contar el tiempo de alguna manera (para “administrarnos” o vaya a saber para qué) nos pone nuevamente en el final de otro calendario. No quiero en este caso hacer balances ni retrospección de lo sucedido –cada cual lo hará si le satisface-. Después de todo, lo que la sociedad genera periódicamente parece muchas veces recordar la canción de los Redonditos de Ricota que reza: “Noticias de ayer / Extra, extra!”…
Lo que sí quiero destacar es que vengo observando desde hace tiempo –y no digo precisamente este año- una necesidad de la gente de volcarse masivamente a la espiritualidad como nunca se había visto antes. En las comunicaciones que recibo permanentemente (no tanto de los medios, que siguen bastante embobados en lo suyo, sino la que genera la gente común a través de Internet fundamentalmente y en el cara a cara también), noto que son muchos los que se han metido de lleno en la exploración de su propio Ser y para ello recurren a leer desde la Biblia, el Kybalión, el Popol Vuh (Maya) o el Bhagavad Gita, pasando por libros de Krishnamurti, Lao-Tsé, Damman, Sai Baba, los Vedas, los Hopi, los Aztecas, los Sufís y tantos otros maestros y civilizaciones que desde nuestra “occidentalidad” le hemos dado la espalda durante siglos pero poco a poco nos vamos acercando, en esa búsqueda de qué y quiénes somos, para qué venimos, adónde queremos ir o llegar, etc. Hacer yoga, meditación y tantas otras prácticas –en su mayoría orientales- otrora para unos pocos, hoy se ha difundido enormemente, lo que permite una introspección que logre encontrar nada más y nada menos que a uno mismo. No debe haber otra cosa mejor que, como dice la publicidad, “el sabor del encuentro” pero consigo mismo.
No digo que no haya algo –siempre lo hay- de esnobismo en el asunto, pero sin duda las enormes masas haciendo meditaciones comunitarias que se vienen sucediendo dan un indicio de que “algo” está cambiando en lo profundo de nosotros. Yo mismo, seguramente, si escribo sobre esto es porque también lo estoy experimentando, no cabe duda.
Me han sorprendido gratamente mails o comentarios en el blog haciendo mención a frases de Buda o de Jesús, cuando antes no pasaba. Y mi percepción del tema también ha variado mucho a partir de mi propia experiencia de salud que últimamente he aprendido a verla como una enseñanza, una bendición y una oportunidad. Ya no la vivo como una desgracia y quizás eso sea lo que me lleva a mejorar también: el cambio de actitud.
Cuando uno cambia la actitud, el “filtro mental”, el prisma, todo empieza a tener otra visión, otro enfoque, otra perspectiva. Y la creación está ahí nomás, al alcance de la mano. Cada cual tiene la oportunidad de recrearse en un nuevo ser solo con un cambio de actitud, un poco de observación y –por qué no- la ayuda de algún ángel que siempre está cerca. Yo los tengo –y son unos cuantos-, cada uno con su propia sabiduría, o su actitud de servicio, o su “estar cerca”, o quizás todo eso junto…
Son muchas las personas en el mundo las que creen –y esto sí sale en los medios- que va a haber un vuelco hacia la espiritualidad a nivel mundial. Y, obviamente, si muchos lo creen, que se convierta en realidad es solo una cuestión de tiempo nomás. Tiempo que en verdad ya está corriendo y que tarde o temprano, si no te alcanzó mi amado lector, te tocará a ti también. ¿Vos qué opinás…?
PD: Felicidades, los mejores augurios y gracias por estar del otro lado desde hace más de cinco años. Y gracias a mis "ángeles de la guardia", que son unos cuantos y sin los cuales no habría llegado hasta aquí.

Mis muchos padres de entonces…



De chico y también de adolescente (hace más de tres décadas), la vida era distinta en muchos aspectos. En algunos casos era mejor, en otros no. Depende del aspecto que se cuestione y de la mirada de cada quien también, por supuesto. Hoy, “camino a los 50” como reza Cacho Castaña en su tango, veo con alguna tristeza que algunos hábitos ya no forman parte de los que mantienen los chicos y adolescentes de hoy, y a ello quiero referirme. No por nostálgico, que no lo soy, sino porque me parece que aquello tenía un valor del que hoy me gustaría disfrutar a mí y –salvo excepciones, que las hay y esas sí las disfruto- no es lo más común…
Cuando estaba en la primaria y aún en la secundaria, los padres de mis amigos eran también mis padres. Se compartía mucho en aquella época el hacer los deberes en la casa de alguno, el ir a jugar a la casa del amiguito de la cuadra. Sí, los padres de cualquiera de mis amigos eran también un poco mis padres. Sería por la educación que recibíamos, sería por la autoridad que nos generaba una persona mayor. Sería también por la responsabilidad con que los padres trataban y cuidaban a los amigos de sus hijos. Era una relación recíproca, de ida y vuelta, mezcla de cariño, respeto y cuidado la que se generaba entre cada uno de nosotros y los padres de nuestros amigos.
Susana, la mamá de Fabián López, viuda muy joven y que tuvo que salir a pelearla como podía cuando siempre había sido ama de casa, era también un poco nuestra mamá. Como Lirio, el papá de Coky, que nos llevaba a pasear al complejo de los farmacéuticos en su enorme Desoto –impecable- a jugar a la pelota, a la pileta y a pasar días formidables.
O como Elsa y Juan, los papás del gordo Marcelo, donde pasábamos tardes enteras jugando (y merendando, por supuesto), sin que molestara nada: ni ellos a nosotros ni nosotros a ellos –bah, algún altercado había seguro, pero era propio del lugar y al otro día todo estaba bien-.
Ya en la secundaria, el grupo se amplió porque uno llegaba “más lejos” en su territorio… Así fue como pasábamos horas con “El Toto”, papá de Daniel Andrés, que también era un poco mi papá. Quizás más grande y de otras costumbres que mis viejos, pero lo era. También su mamá, Justa, a quien no había forma de decirle que no de ninguna manera para parar de comer a la hora de la merienda. Así eran las madres de aquella época –con la creencia de que si no comías te iba a hacer mal o estabas mal atendido-. También ella fue un poco mi mamá. Como lo era Elsa, la mamá de Tacho, que nos albergaba en su pequeña pero cálida casita de entonces y se desvivía para hacernos sentir bien mientras hacíamos los deberes. Ni hablar de su marido José: un ídolo que nos traía desde la escuela en la caja de su pick up Ford Ranchero y nos repartía a cada uno en su casa. Alguien siempre amistoso, afable, que también supo ser un poco el padre de cada uno de los del grupo aunque no se lo propusiera, por su cercanía, su amabilidad y responsabilidad en el trato sin distinciones de ningún tipo.
La familia Mattarollo, con su hijo Fabián –el mayor- a la cabeza de su pequeña tribu, tenía en la adorable Delia una madre exquisita, preocupada, amable… inolvidable. Y a Italo, el “ingenieri” que todo inventaba –y a la perfección- que nos enseñaba cualquier cuestión técnica que necesitáramos. Además de usar su casa como de veraneo por la enorme pileta que tenía y ellos sabían acogernos de la manera más cariñosa.
O el papá y la mamá de Pipo, dos seres maravillosos. El Contador Arturo Feijoó, un personaje gracioso y afectuoso en lo familiar, pero recto y preciso en lo profesional. Y Queta, incansable en el arte de hacer sentir bien a los amigos de sus hijos, cocinando o atendiéndonos de mil formas, siempre dispuesta. También eran ellos un poco mis papás.
Capítulo aparte también para la casa de Julián Shilman y sus viejos, Héctor y Olga. Olga, docente, nos ayudaba en la tarea y la búsqueda de material para hacer los deberes, que antiguamente no se googleaba. Héctor, con tecnología siempre de punta, con la que nos desvivíamos aquellos adolescentes de los ´70 / ´80 y que nos recibía en su casa de Mar del Plata como si realmente fuéramos de la familia.
Y si de vacaciones se trata, la familia Benedix se lleva todos los premios: Cristina y Rodolfo, los padres de nuestro amigo Marcelo, nos llevaron varios años en su Falcon a su casa de Playa Serena, en las afueras de Mar del Plata, a veranear como duques. Éramos tres o cuatro más la familia, había lugar para todos, no solo en la casa sino en el enorme corazón de ese matrimonio que vaya si fueron un poco nuestros padres!
Ni olvidar los ñoquis del 29 que amasaba la Tota, mamá de Adriana Domínguez (amiga desde los 3 años), que reunía una mesa grande cada mes para que el grupo más cercano a la Negra (así llamamos siempre a Adriana) degustáramos ese y otros manjares que ella preparaba. Su marido, Héctor, otro tipo de fierro –aunque era carpintero!-, consejero, ayudante de cualquier necesidad, siempre dispuesto a colaborar. También lo fueron los papás de Silvia López, de Andrea Scandroglio, de Laura Fullín, de Andrea Macías, de María Eugenia Arbert, Miriam Muffarrege, del “Tincho” Larralde y tantos otros que no sigo la lista porque alguno se me va a quedar afuera, sin querer.
Así era antes. Los padres de uno eran un poco los padres de todos (también, lógico, lo fueron los míos), porque se compartía mucho más, porque las relaciones tenían cariño y eran verdaderamente cercanas, aun sin Facebook o SMS. La cuestión pasaba por el respeto, la educación, la admiración, la ayuda. Repito que no digo que hoy se haya perdido todo, pero no es del ciento por ciento comparable aquellas relaciones con las de hoy, por la lógica mutación que los tiempos traen.
Las épocas cambian, eso es inexorable. La forma de relacionarse es quizás una de las que más lo hizo. Habría que ver si ganó en este caso la calidad o la cantidad. Yo creo lo segundo. ¿Vos qué opinás…?

PD: Mi eterno cariño a todos aquellos padres que me formaron como persona tanto como los míos en los lejanos tiempos de la biblioteca, el toddy y el pan con manteca y azúcar…

El patrimonio “nacional y popular”



“Vamos por todo” decía la Presidente Cristina Kirchner después de su triunfo hace un año en las últimas elecciones. Nadie entendió exactamente en ese momento el alcance de sus palabras, pese a que ella y sus allegados sí sabían de qué hablaban pues todo estaba pergeñado desde antes.
Hoy, y a lo largo de estos tortuosos doce meses, ya nos hemos enterado de qué se trataba “ir por todo” y vemos que esta promesa parece una de las pocas que no va a dejar de cumplir. Desde que asumió su segundo mandato, el manual chavista parece haberse puesto a cumplir como en la mismísima Venezuela, llevándose todo por delante (instituciones, empresas, organizaciones de bien público y hasta personas particulares a las que se persigue de manera intimidatoria al punto de que hoy nadie que dice cosas en los medios nacionales quiere ofrecer su nombre y apellido).
Hacer la lista de las cuestiones que han involucrado hasta acá el “vamos por todo” sería repetitiva (salió en los pocos medios que todavía informan, aunque muchos no lo lean pero muchos otros sí), pero me quiero detener en aspectos puntuales que están dejando a nuestro país en una posición que será insostenible en el tiempo y de la cual va a costar mucho salir aún cuando un gobierno de otro signo, tendencia o ideología se haga cargo de la administración del país.
La operación de “repatriar” YPF es una de ellas. Nadie dice que haberla privatizado haya sido un beneficio, más bien fue todo lo contrario –a la semana, las acciones de la empresa valían el doble, por lo que en verdad la compañía se regaló-, pero expropiarla de la manera en que se hizo no provoca más que reticencia en los inversores externos a querer hacer negocios con la Argentina. Lo mismo ocurre con la anunciada intervención del mercado bursátil y la “reinversión” de hasta un 30% que ahora deberán hacer las aseguradoras en áreas de obra pública que los todopoderosos Kicillof y Moreno pretendan, como si ellos fueran los dueños de lo que no les pertenece. Podemos sumar a todo esto el hecho de no poder comprar moneda extranjera, lo que está llevando a la quiebra al sector inmobiliario y a detener la construcción, a evitar el turismo en el extranjero –un derecho que hemos perdido porque los funcionarios pretenden “que veraneemos acá”- o el cierre de las importaciones y exportaciones que alcanzan a cientos de rubros que ven cómo sus negocios se van consumiendo capital hasta desaparecer, por mencionar algunos ejemplos.
A nivel provincial, Buenos Aires parece querer seguir los pasos del “vamos por todo” y ya están tratando las cámaras una ley que permita apropiarse del 10% del terreno de los countries para ocupar esos predios con viviendas sociales (o pagar al Estado el equivalente a ese 10%, que seguramente es lo que más se persigue: moneda). Lo mismo ocurriría con lotes baldíos o con construcciones sin terminar, como si los dueños de ello no lo fueran y tuvieran que ser quienes cobijen en su terrenito a miles de compatriotas (y de inmigrantes que entran sin pedir permiso ni tener trabajo y vienen a buscar oportunidades sin primero regularizar su situación, como en toda nación civilizada), cuando el país está lleno de terreno dispuesto a construir ciudades enteras, lo cual sería mucho más beneficioso porque las urbes están ya atestadas y no dan abasto ni los servicios ni los lugares para desplazarse, estacionar ni convivir –quien vive en un centro del GBA sabe lo que es estar allí desde el viernes y hasta el domingo por las noches, resistiendo el descontrol que producen las salidas de los jóvenes hoy día y que no son seguidas de cerca más que por cámaras de seguridad que solo aportan imágenes, porque la solución que ellas debieran traer no aparecen-.
Todo este gran perjuicio que arrastra el “vamos por todo” lo vemos en cómo hemos vuelto a caer ocho puestos más en el ranking de países para invertir, ubicándonos en el lugar 124 entre 185 (Chile esta 37º). Es más: quienes tienen dinero y empresas en el país y se los persigue sin piedad por ello, están viendo la forma de emigrar a lugares más propicios para desarrollar actividades, sin persecuciones, sin inseguridad y con licencias que le permitan dar trabajo, pagar impuestos y, por supuesto, también ganar dinero. Lo que significa que nuestras fuentes de trabajo corren grave riesgo y los que van a salir perjudicados, como siempre, no son los adinerados sino la clase trabajadora, que irá dejándolo de ser para transformarse en gente mantenida, lo que seguramente tampoco se va a poder dar en un país que no produce…
Sin embargo, el colmo de todo este mamarracho que se viene desplegando a nivel nacional como internacional, lo expresa la retención de la Fragata Libertad, que quedó a expensas de la justicia de Ghana por reclamo de fondos buitres que pretenden cobrar papeles de deuda que no entraron al canje del vencimiento de los bonos de deuda argentina y reclamaron el embargo del navío como forma de presionar el pago correspondiente. A este otro tremendo despropósito –que le costó la cabeza al Jefe de la Armada que nada tuvo que ver en el derrotero del buque escuela porque fue dispuesto por la Cancillería, pero él debió pasar a retiro como Vicealmirante y jubilarse antes de tiempo sin haber dejado de cumplir con su deber- se le debe sumar el exabrupto, porque lo es, de la Presidente Kirchner quien sostuvo que “se podrán quedar con la Fragata, pero con la libertad, la soberanía y la dignidad de este país no se va a quedar ningún fondo buitre ni nadie". La pregunta es: ¿La Presidente considera que la Fragata Libertad no es parte de la soberanía argentina? ¿Está dispuesta a dejar en manos extranjeras un orgullo nacional y un patrimonio de todos los argentinos como es este prestigioso navío porque su gobierno no cumplió con lo que debía cumplir? ¿También tenemos que ceder en esto, qué le toca ceder al Gobierno? ¿Cómo se entiende la lógica del patrimonio de este maldito “modelo”: lo que siempre fue tuyo ahora es de todos y lo que siempre fue de todos ahora es de quien nos lo reclame por la mala gestión de un gobierno irresponsable?
Es evidente que nuestro país va cayendo –aunque el relato diga lo contrario- en un callejón sin salida a nivel internacional que va a repercutir gravemente a nivel interno y que llevará muchos años reconstruir. El tiempo dará su veredicto. ¿Vos qué opinás…?

Mi primera nota



Corría 1983. Yo había salido del servicio de conscripción militar en agosto del ´82, catapultado por una baja de soldados del 50% del total a causa de la derrota en Malvinas. Y había entrado a la Facultad de Periodismo de la Universidad de La Plata (en ese entonces aún Escuela Superior de Periodismo), lugar donde hoy le entregan distinciones por la libertad de expresión a Chávez o a Hebe de Bonafini, pero que en ese entonces tenía el prestigio de ser la primera Escuela de Periodismo fundada en el país y con el más alto nivel académico de la especialidad.
Como prueba de nivel en la materia “Periodismo escrito”, lo primero que nos exigieron hacer fue una editorial a nuestro antojo, sobre el tema que fuera y del largo de una carilla –a mano-. Hoy quiero reproducirla aquí, teniendo en cuenta de que han pasado casi treinta años, yo apenas era un imberbe que había aprendido a tirar balas con un FAL además de haber hecho un excelente bachillerato (al viejo estilo), y me atreví con estas líneas que no tuvieron nota de calificación porque solo era para percibir el nivel del nuevo grupo. Un poco de rebeldía juvenil destilaba la postura, propia de los diecinueve años que tenía (y ubíquese en el contexto histórico en que esto escribía). Aquí va:

¿El ser nacional en una ínsula aislada?
Mucho escuchamos en los últimos meses hablar de la búsqueda del ser nacional, del reconocimiento de nuestras costumbres, del encuentro de los valores y la personalidad nacionales. Se afirma que miramos a Europa en demasía, que estamos influenciados por los norteamericanos y que nos olvidamos de nosotros mismos, de nuestra propia identidad.
Se ha hablado reiteradamente de nuestra vinculación a Latinoamérica por tradición, por historia, por raíz común.
Políticos, artistas, periodistas y otros personajes han tocado el asunto y mucho, a veces hasta el exageración: días atrás un famoso médico cardiólogo de nuestro medio, invitado en un programa de investigación periodística, afirmó que cuando ve por T.V. un conjunto de rock nacional, le baja el volumen a cero a su aparato y le parece estar viendo a un conjunto yanqui.
Pues si ese distinguido médico no se refería a la música que hacía (que en definitiva es lo que más importa), ¿a qué se refería? Caben dos posibilidades: a la apariencia y el “espectáculo mudo” que brindaba dicho conjunto de rock o al material que estaban utilizando.
Si se da lo primero, se está censurando el arte universal, pues el rock es un movimiento arraigado en todo el mundo occidental (y quede claro que no se trata de defender a los músicos rockeros, los cuales merecen también ciertas críticas, pero no es este su turno).
Si se da lo segundo, hay que reflexionar y reconocer que en la profesionalidad se debe buscar el material más adecuado y moderno para realizar el trabajo. Y entonces surge la pregunta: ¿tendrá la sala de cirugía de este galeno instrumental exclusivamente de producción nacional para realizar un trasplante de corazón o contará ese quirófano con herramientas y aparatos de ultra avanzada de origen extranjero?
Este ejemplo citado es solo uno entre otros.
No se debe ir tan lejos en la búsqueda del ser nacional: no se puede transformar el país en una isla desconectada del resto del mundo.
Hay determinados aspectos del arte, de la ciencia, de la vida misma, que son universales y no pueden desecharse, dejarse de lado. No es necesario el encierro para la búsqueda. No hace falta el claustro para el encuentro. Nuestra propia personalidad debe resurgir en el medio de las manifestaciones y las culturas universales y convivir con ellas. El tango no tiene que reemplazar a la música disco, ni el mate al whisky, sino que deben coexistir.
El hombre es un animal de relación y como tal debe estar vinculado culturalmente con su medio, su lugar, su país, pero también con su continente y su mundo.
Entonces, no confundamos buscando un ser nacional en una ínsula aislada.

Alejandro Figueroa
18 de abril de 1983

"¿Vos qué opinás...?"