Dedocracia
En el exterior, todo el mundo sabe que el país está sin
rumbo (o más bien con rumbo al precipicio), que no tenemos acuerdos de ningún
tipo, que la sociedad está dividida, que los órganos de contralor se han
perdido en manos de un Gobierno que pretende hacer y deshacer sin que nadie se
entere de nada. Que las estadísticas que se manejan son todas turbias –mentirosas,
bah-, que la corrupción llega a las más altas cúspides del poder y que el ya
pavoroso “vamos por todo” indica a las claras pasar por encima de la
ciudadanía, de la prensa (añoso quinto poder, hoy invadido y hasta asfixiado
económicamente de manera ilegal) y ahora hasta de la Justicia (también “añoso”
tercer poder, que ahora quedará reducido a ser un apéndice de los otros dos
poderes: los poderes políticos, el Ejecutivo y el Legislativo).
La poca prensa libre que queda remarca una y otra vez “el
fin de ciclo” y las manifestaciones populares que se convocan vía redes
sociales son cada vez más contundentes. La oposición parece empezar a evocar el
viejo axioma “no nos junta el amor sino el espanto” y comienza tibios
acercamientos porque ve que nada va a quedar sin arrasar. Sin embargo, aunque
estos fenómenos a alguno le dieran la pauta de que el Gobierno toma nota y va a
renunciar en alguno de sus espurios intereses (hacer claudicar a la forma
republicana de Gobierno realmente lo es), en verdad todo lo que se dice cae –al
menos hasta ahora- en saco roto: el “vamos por todo” sigue su marcha y
seguramente no solo irán por la re-reelección (prohibida por la Constitución
Nacional) sino que con la Justicia propia que están armando, ningún funcionario
por corrupto que sea deberá pagar sus tropelías, porque antes de dejar de serlo
se lo juzgará y absolverá. Como nadie puede ser juzgado dos veces por el mismo delito,
todos quedarán sobreseídos en sus causas y andarán por la calle con la frente
en alto –si los dejan- porque su prontuario quedará limpito. Hasta el Papa
Francisco envió una carta al Gobierno llamando al consenso entre las distintas
fuerzas políticas y la carta ni siquiera se hizo pública, por lo que ni lo que
pueda decir el Papa parece importante en este derrotero hacia quedarse con
todo. Tampoco las denuncias mediáticas de corrupción terminan sirviendo de
nada, aunque hayan tenido el rating más alto que se pueda suponer. Esto es un
tsunami…
La discusión en el Parlamento por las leyes de reforma
judicial enviadas por la Presidente dejaron mucho ruido y pocas nueces: las
leyes van saliendo una a una tal cual lo quiere el Poder Ejecutivo y ni
siquiera hay posibilidades de modificar una coma en ellas. Aunque no haya
victorias legítimas, sí las hay “legales” (simplemente porque se convierten en
ley, aunque vayan a contramano de la moral y de los intereses republicanos que
guían a la nación desde hace más de un siglo y medio). En este sentido, los
debates carecen de valor, los argumentos expuestos por la oposición son solo
una pérdida de tiempo porque el oficialismo ya sabe que tiene quórum para
aprobar lo que sea y terminamos viendo una lamentable secuencia de imágenes de
dedos acusadores de uno y otro lado que no solo no cambiaron absolutamente nada
sino que demuestran que, de ambos extremos, por acción o por omisión, se ha
llegado a esta situación de cleptocracia de la que difícilmente se pueda salir por
un tiempo en el que lamentaremos más atropellos que los vistos hasta ahora.
La “dedocracia”
era hasta ahora el “derecho” que se tomaban los políticos para designar en
distintos puestos de poder a amigos o parientes, para proteger su quintita y
para sostener a sus allegados. Ahora también podríamos definirla como el arte
de hacer política señalando lo “siniestro” del oficialismo o de la oposición,
sin que ello sirva más que como un argumento mediático de que se quiso hacer
algo para cambiar las cosas, pero que simplemente derivó en esta mencionada
cleptocracia. Hoy, ambas cosas, son sinónimos...
El “que
se vayan todos” nunca se consumó. Las consecuencias están a la vista. ¿Vos qué opinás…?