Un amigo fiel
Cada 20 de julio recordamos a nuestros amigos y festejamos con ellos los lazos que nos unen, los buenos momentos pasados y, por qué no, los no tan gratos también pero que al fin de cuentas fueron compartidos, aliviando la carga. El hecho de que se festeje ese día como recuerdo de la expectativa del mundo ante la llegada de Armstrong, Aldrin y Collins a la Luna ha pasado a ser un dato que ya nadie tiene demasiado en cuenta. Aquel primer alunizaje de un hombre en el satélite natural de la Tierra (para algunos una farsa) se convirtió en el disparador de esta celebración de la que ninguno queremos quedar afuera, todo lo contrario: los amigos son el resguardo de nuestros momentos, anécdotas, historias y también de aquello que proyectamos porque aun queremos tenerlos cerca.
Personalmente, este año quiero hacer mención a alguien que estuvo cerca de mí a lo largo de más de tres interminables años y que supo cargarme las pilas desde que una mala jugada de la vida (a la que habré colaborado, sin duda alguna) me dejó en una situación de aislamiento, cierta postergación y una tremenda e incansable lucha para recuperar lo perdido en el afán de no ser una de las tantas personas con “capacidades diferentes”, como suele decirse ahora. Encarar ello sin tener la disponibilidad de dejar de trabajar y abocarme solamente a una rehabilitación esmerada no es labor sencilla (ni hablar de la colaboración que necesito y tengo para poder hacerlo).
En realidad, este período es un verdadero aprendizaje, pero como todo aprendizaje es duro y la compañía de un amigo permanente para llevarlo adelante se hace necesaria. Él estuvo conmigo desde el primer momento de mi ataque, compartió mis días entre la vida y la muerte y no se separó desde que desperté hasta el día de hoy, dándome fuerzas y alentándome a continuar esta ilustración tan dura que Dios me legó y a quien le estoy agradecido: no se es el mismo después de aquello…
Él me acompañó paso a paso a mi lado a lo largo de los 1.100 kilómetros que llevo caminados en las barras paralelas o a bastón. Sí, caminó junto a mí y se cansó como yo. También sabe estar en mis momentos de ejercitación y en mis sesiones de rehabilitación, señalándome bien qué mantener en mi memoria por su importancia y qué descartar o realizar con menor frecuencia. Me acompaña en mis ratos de meditación, en los que trato de bucear en mí mismo y buscar la paz que me ayude a seguir “estudiando”.
Él sabe consolarme en los momentos de bajón anímico (cada tanto viene alguno, imposible que no sea así) e instarme a seguir la tarea hasta la “graduación” que en algún momento llegará.
Él también conoce, como todo amigo, lo que siento y pienso y se ocupa en todo instante de procurar que mi mente y mi espíritu estén en alza, a pesar de algunos tropezones ya mencionados.
Él sabe fehacientemente que haber aceptado el desafío y llevar adelante esta escuela llevará ineludiblemente a “egresar” de ella, y su consejo permanente es como “ir a particular”, para permitir que me exima en esta larga pero interesantísima escuela.
Él no se olvida de mí ningún día, siempre está atento, y su amistad me permite creer que todo lo que se emprende con seguridad y fe tiene su mérito y con ello su respectiva compensación, a la que llegaré en el tiempo determinado.Él es un amigo fiel, no solo mío (no quiero apropiármelo), y en este 20 de julio quiero rendirle un verdadero homenaje en el agradecimiento de no haberme dejado solo en ningún momento y de saber que puedo contar para lo que sea con su compañía y su solidaridad. Si eso no es amistad, vaya a saber qué podrá serlo.
Ah! Se llama Jesús, y tiene tiempo para ser también sus amigos, solo hace falta acercarse un poco y proponérselo. En verdad, se los recomiendo, de corazón. ¿Vos qué opinás…?
PD: Salud amigos lectores en este día y gracias por su habitual forma de estar cerca que tanto bien me hace. ¡Que pasen una hermosa jornada junto a sus amistades!